Con el permiso de © K. Eggenstein: 'El Profeta Lorber anuncia las catástrofes venideras y la autentica cristiandad

Kurt Eggenstein

Acerca de la persona de Jakob Lorber


   No hay grandes cosas que contar acerca de la persona de Jakob Lorber. Profetas y enviados de Dios suelen ser personas simples. Dice el místico Jakob Böhme: "Para excluir desde el principio cualquier aspiración a un mérito propio, Dios se sirve a veces de los hombres más insignificantes para revelar sus secretos; de este modo demuestra claramente que todo sale de Su mano". Böhme: "Yo no hubiera podido escribir si no me hubiese limitado a transcribir lo que el Espíritu me inspiraba".
    Lo que Böhme dice de si mismo, también se puede aplicar a Jakob Lorber. Como puede deducirse de la biografía escueta de Lorber, escrito por el noble von Leitner, Lorber era un hombre simple, modesto y sin malevolencia alguna. Venia de una familia campesina que vivía en el pequeño pueblo de Kanischa, en la región vinícola de la Drawe, cerca de la ciudad de Marburg de la Baja Estiria, hoy llamada Maribo en Yugoslavia. Allí nació el día 22 de julio de 1800. Después de haber cursado estudios en Magisterio, trabajó como maestro en varios pueblos. Pero más tarde dejó este empleo para continuar cinco años de estudios en el Instituto de Bachillerato de Marburg, para, finalmente, participar en un curso para maestros de Enseñanza Superior. Aunque terminó sus estudios con un buen examen final, no consiguió un empleo como maestro de Enseñanza Superior, enseguida. Probablemente esto fue lo que le llevó a cambiar su profesión y valerse de su talento musical. Después de unos estudios participó como solista en conciertos y por otra parte escribía crónicas musicales sobre óperas y conciertos en periódicos de provincia. Conocía al famosísimo virtuoso del violín Paganini, que incluso le daba lecciones para perfeccionar sus conocimientos. Parece que esta relación le elevó en la consideración de la gente y llegó a dar un concierto de violín en la famosa Escala de Milán. Hasta el fin de su vida le unía una estrecha amistad al director de la asociación musical de Steiermark, el compositor Anselm Hüttenbrenner y al hermano de éste, el alcalde de Graz, Andrés Hüttenbrenner.
    Anselm Hüttenbrenner por su parte mantenía amistad con Franz Schubert. Su prestigio y relaciones deben haber llevado a la oferta del Teatro de Trieste de aceptar a Jakob Lorber como director de orquesta, en 1840. Como ya dijimos, él rehusó esta oferta, porque una Voz le dio un encargo el día 15 de marzo de 1840, cuyo cumplimiento él creía incompatible con aquel empleo. Se decidió a llevar una vida independiente y retirada que le dejaba pocas posibilidades de éxitos materiales. Limitábase a dar clases de piano a niños de Graz. La única diversión de Lorber consistía en reunirse con sus amigos al atardecer para tomar un vaso de vino. El noble von Leitner relata en su biografía, que Lorber pese a su pobreza, era generoso dentro de sus límites. En sus últimos años su decaimiento corporal era cada vez mayor y su situación económica empeoró de tal manera, que sus amigos tenían que ayudarle para que no pereciese de hambre. Durante 24 años escribió más de diez mil páginas impresas, sin esperanza de recibir recompensa alguna por este trabajo. Por la Palabra Interior, Lorber supo que en tiempos posteriores, todo lo que él iba apuntando seria impreso y dado a conocer a los hombres. Durante su vida se imprimieron solamente algunas páginas de sus escritos sin mencionar su nombre. Aunque mucho de lo que le fue comunicado él no pudo comprenderlo, y en aquellos tiempos nadie le podía haber dado explicaciones sobre los átomos, las partículas elementales, etc., él tenía plena confianza, que todo debía tener sentido y que las generaciones posteriores lo comprenderían y se sorprenderían.
    Jakob Lorber se mantenía retirado mientras escribía durante algo más que dos décadas una obra monumental que nos da una profunda comprensión del plan creador de Dios, y además nos ofrece de manera más explicita el Evangelio. Se confirma aquí la palabra de Joaquín de Fiore, que todo lo grande nace en la soledad. Parece que sólo una vez, algo de su trabajo de escritor salió al mundo exterior, porque él recibió un aviso de que la policía le haría una visita domiciliaria. Entonces sus amigos retiraron sus manuscritos y los guardaron en sitio seguro. Pero la esperada visita policial no tuvo efecto y hasta su muerte, ya nadie le molestó. Durante décadas -aún después de su fallecimiento- las hojas llenas con sus palabras se guardaron en un sitio secreto hasta el día de su impresión. Resultó imposible editar los escritos en Austria en aquel tiempo. Más tarde se editaron en Alemania. En el año 1877, todos los libros -con la excepción de dos- estuvieron finalmente impresos.
    Muy pronto, después de haber recibido los primeros dictados, Lorber comunicó a sus amigos que él escuchaba una voz con profecías desde el mundo sobrenatural y que él debía escribir lo que oía. Al enterarse sus amigos se intranquilizaron y creyeron en una incipiente perturbación mental. Pero no vieron otras manifestaciones extraordinarias al observar a Lorber. El noble von Leitner se ofreció en visitar a Lorber diariamente; le observaba durante varias horas en su trabajo de transcribir lo que percibía. También otros amigos suyos le observaban a menudo y de vez en cuando se hacían leer lo que él escuchaba. Para ellos todo fue aún más inexplicable, al darse cuenta que lo que él les leía no pudo ser producto del saber de Lorber. La mujer de un amigo suyo creyó poder aclarar el enigma. Para ella resultaba un caso claro de que Lorber lo sacaba todo de otros libros, lo memorizaba y luego lo transcribía en presencia de sus amigos, alegando que escuchaba la Voz. No escondió su menosprecio, dejando entrever que los amigos debían haber llegado a esta conclusión, tan fácil mucho antes. Durante la próxima visita que aquellos hicieron a la casa de Lorber, ella también se presentó en su habitación. Cuando éste tuvo que salir de la misma por un momento, ella se abalanzó sobre los armarlos roperos para buscar los libros científicos que creía escondidos allí. Pero para su sorpresa encontró un solo libro: la Biblia.


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© Texto: Kurt Eggenstein; © Edición informática; © by Gerd Gutemann G. Gutemann